Lo confieso: Me caen muy simpáticos los policías que están de guardia en la calle.
Cuando veo a un policía que está parado en la vereda, o en el andén del subte, o viajando en colectivo, no puedo evitar sentir una enorme compasión.
Entiendo que están para eso, sé que les pagamos por estar ahí.
Pero padecerán ellos esa sensación de blanco móvil que a mí me espanta? Espero que no, porque sino se irían todos a sus casas.
Cuando me cruzo con algún policía que está solito (cuidando el super chino, o la puerta del banco) siempre le sonrío. El 99% de las veces me devuelven una mirada de soslayo (rezarán "Señor: por favor evita que esta loca me hable!").
Cuando veo en las noticias que mataron a un policía, me sube ácido por la garganta y se me estruja el pecho de angustia.
No, no soy tan cándida, sé que hay policías feroces, malditos.
Pero también conozco médicos, porteros, burócratas, amas de casa, verduleros, vendedores de telefonía celular, técnicos de PC feroces y malditos. Y ni siquiera tienen la delicadeza de disimularlo parándose en una esquina con un chaleco fosforecente. Están mucho mejor camuflados que el policía de la esquina.
Bien, era eso.