domingo, enero 01, 2006

* * * * * *A C L A R A N C I A* * * * * * *

Este blog se inció en Noviembre de 2006.
Todos los post con fecha previa al 1/1/2006 corresponden a complementos de los vínculos de los pots publicados.
En general, serán los textos completos transcriptos de artículos que, en su correspondiente post, sólo han sido resumidos para no dar lata al vicio.
Los post hasta el 1/1/2006 no tendrán habilitados los comentarios, sino en el lugar a donde fueron mencionados. Ese lugar se estará informado en el título para el caso que el lector quisiera acceder al contenido a donde ha sido referido.
Listo, era eso.

Texto completo del post Claridad - 12/2/2007

Refutación del verso económico: “La corrupción privada es marginal, la del estado es estructural”.

¿Cómo se puede arreglar?

El neoliberalismo sostiene que la corrupción es inevitable, pero que hay mucho menos si el Estado se aleja de la economía. Los Calcagno, padre e hijo, desenmascaran este verso en un capítulo de su libro El Universo Neoliberal. Recuento de sus lugares comunes (ed.Sigli XXI), del que se reproduce un extracto.

El verso parte de la base de que en un sistema dominado por el estatismo, la corrupción encuentra un medio ideal para desarrollarse. La multiplicidad de regulaciones, cuotificaciones de autorizaciones previas, pone a los empresarios y en ocasiones, al ciudadano común frente a la tentación, o hasta la necesidad de realizar una transacción de mutuo beneficio con el funcionario publico; “¿cómo `podemos arreglar esto?”. El trato ilegal si bien no es ideal, está ampliamente justificado por lo absurdo de la reglamentación; es como una “dosis de mercado” que agiliza y permite lo que la reglamentación estatal hubiera impedido. Es de rigor la cita de Samuel Huntington: “En términos de crecimiento económico, lo único peor que una sociedad con una burocracia rígida, hipercentralizada y deshonesta, es una sociedad con una burocracia rígida, hipercentralizada y honesta”: En este enfoque, la corrupción seria como el aceite que permite funcionar a los engranajes , aunque manche a quien lo toque; tanto es así que la acepción se ha incorporado al lenguaje popular: se habla de “aceitar” un trámite cuando se soborna a quien debe adoptar la decisión.

En síntesis, en este verso se afirma que en un modelo estatista la corrupción es estructural, pues es intrínseca a la participación del Estado en la economía, y en ese marco constituye una respuesta privada frente a la arbitrariedad estatal. Para atacar las raíces de la corrupción, hay que abandonar ese modelo. Para eliminar la corrupción estructural se debe desregular, privatizar, retirar al Estado de las decisiones relacionadas con los negocios.

Con el liberalismo, la corrupción aparece totalmente, así como no se pueden suprimir por completo de la naturaleza humana las imperfecciones y los pecados. Corrupción siempre hubo y habrá en cualquier lugar del mundo; a lo que se puede aspirar es a quitarle el carácter sistemático y a reducirla a su mínima expresión: la de conductas individuales imposibles de erradicar totalmente.

La Refutación. La corrupción no es el problema del estado en sí, sino el de la decadencia de una clase dirigente; si sus miembros estuvieran en el sector privado (y en general no renuncian a él por el hecho de estar en un cargo público), harían lo mismo. No es que el estatismo o el liberalismo contaminen de corrupción a quienes gobiernan sino que una clase dirigente corrupta infecta de corrupción tanto al Estado como a los privados. El achicar el Estado para terminar con la corrupción es una estrategia análoga a la del cuento de Don Otto, que al comprobar que su mujer lo engañaba, para que nunca más se repitiera el hecho, vendió el sillón en el que se había consumado la infidelidad.

El tema de la magnitud y de la sistematicidad de la corrupción ni se resume en estatismo vs. liberalismo. Se manifiesta en diversos ámbitos, tanto en el Estado como en el sector privado; y las consecuencias son muy distintas, según sea la importancia de la corrupción.

Hecha esta advertencia general, debe señalarse que no necesariamente los regímenes estatistas son más proclives a la corrupción que los liberales.

Cuando existe una administración pública jerarquizada, con poderes y responsabilidades establecidos, cuyos funcionarios son reclutados exclusivamente por su capacidad técnica que siguen una carrera previsible y prestigiosa, con sueldos elevados y con una alta respetabilidad social, a la que se le suma una mística del servicio público, es difícil que se produzcan actos de corrupción generalizada.

En cambio, la política que aplican los neoliberales de países subdesarrollados con el sector publico es una invitación a la corrupción. Sus principales características son: la desvalorización de la función pública y el “ajuste” a la baja de los sueldos; el abandono de los valores de servicio público; el culto al pragmatismo y a la maximización de la ganancia; el cortoplacismo; las privatizaciones; la búsqueda del poder político mediante el poder económico y viceversa; y otras medidas concomitantes.

El hecho es que por más que se desregule y se privatice el Estado siempre existirá, lo que económicamente quiere decir que hará compras, aplicará políticas económicas y ejecutará múltiples actos de gobierno. El neoliberalismo se caracteriza por las estrechas imbricaciones entre lo público y lo privado permeadas por el dinero. Es el clima propicio para la corrupción, con sobornos, financiamiento espurio de los partidos políticos, donaciones empresarias “atadas” para la propaganda partidaria (piénsese en lo que cuesta cada minuto de televisión), financiamiento de campañas, compra de votos u de políticos, y demás maniobras de esa índole.

En síntesis, la corrupción generalizada no es inherente a ningún modelo en particular, ni al liberalismo ni al estatismo. El verdadero problema radica en la inmoralidad y en la falta de escrúpulos de un sector, más o menos importante según los casos, de la clase dirigente. Sin embargo, hay estructuras que son mas fértiles que otras para su ejercicio. El ejemplo del modelo neoliberal latinoamericano reveló en el decenio de 1990 un grado de corrupción sistemática sin precedentes unido a procesos de concentración del ingreso y de exclusión social. En cambio, en modelos de homogeneidad social, con Estados actuantes y participación popular, la corrupción tiende a disminuir. Como lo afirma el viejo aforismo, una sociedad bien constituida es aquella en la que nadie es suficientemente rico como para comprar a nadie y nadie es tan pobre como para venderse.

Lo que está en juego es la transparencia y la organicidad en las actividades tanto publicas como privadas. Se debería jerarquizar al Estado e infundirle a la función publica la mística del servicio público. Hay que procurar deshacer la amalgama entre negocios y poder político (como en otra época se logró en varios países la separación entre Iglesia y Estado. Lo que supone democratizar la lucha política; conceder las mismas posibilidades a las diferentes corrientes políticas, sin que “venderse”“ al poder económico sea prerrequsito para tener alguna chance de llegar al gobierno; otorgar un acceso equitativo a los medios de comunicación, etc. Implica también modificar las formas de financiamiento de los partidos políticos (acaso nacionalizarlo, prohibir los aportes de las empresas, aumentar la transparencia).

Es falso que la corrupción sea una fatalidad o un mal necesario: hay que apoyarse en las ansias de honestidad y justicia que es consustancial a los pueblos. Asimismo, hacer más equitativas a las sociedades es hacerlas también, como lo afirmaba Maquiavelo, menos vulnerables a la corrupción, puesto que la concentración de la riqueza en algunas manos otorga a sus beneficiarios los medios para corromper. El intento de llegar a un sistema político no corrupto supone una búsqueda de regeneración global, un proyecto nacional, que Maquiavelo veía como una “vuelta a los principios” (“si se quiere que una religión o una república duren largo tiempo, es necesario retornarla a menudo a su principio”).

(Artículo tomado de la sección Economía del número 449 de la Revista VEINTITRÉS de Febrero de 2007.)