martes, enero 16, 2007

Las cosas por su nombre

Nunca, hasta hoy, había podido desprenderme de esa sensación de estar desubicada en la realidad cotidiana.
Cuando cualquiera me preguntaba ¿cómo estás?, yo siempre respondía: Muy bien!.
Y el preguntador se me quedaba viendo, tal vez esperando que yo corroborara con un sarcasmo mi penosa realidad.
No, si decía que estaba bien, estaba bien en serio.
Incluso cuando algo malo me ocurría, simultáneamente me estaban sucediendo cosas buenas, o no me estaba sucediendo nada peor y yo estaba parada ahí, pudiendo hablar.
O sea que si decía que estaba bien, era cierto, pero nadie me creía del todo.
Siempre sentí que lo demás me escrutaban con cierta desconfianza, como si lo mío fuera exhibicionismo, frivolidad, inconsciencia.
Y en verdad, cuando me han pasado cosas muy malas, no he demorado mucho tiempo en recuperar la presencia de ánimo.
Lo mismo cuando me pasaba algo muy bueno, sin dejar de disfrutar, empezaba a preparar mi espíritu para la hecatombe, en la certeza de que todo tiende a equilibrarse y que tarde o temprano, soplarían brisas de tormenta.
Y así transcurrieron estos años de incertidumbre sobre mi salud mental. Hasta hoy.
Hoy supe que mi conducta tiene nombre y apellido:
ADAPTACIÓN HEDÓNICA.
Sintéticamente, la hipótesis de la Adaptación Hedónica declara que algunas personas se ajustan rápidamente a sus nuevas circuntancias positivas o negativas.

Así que ya saben: Nada de venir a psicolotudearme y concluir que soy una orate.
A partir de hoy soy la feliz poseedora de una enérgica, flamante y bien dotada Adaptación Hedónica. Unico dueño, nunca taxi.

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